Este año se conmemoran los 50 años del golpe de Estado en Chile. Frente a la pasividad de las autoridades y las élites políticas, los sectores populares no esperan directivas para conmemorar, sino que, con la mirada puesta en el presente, cuestionan la continuidad de las políticas represivas y de las injusticias económicas, ecológicas, sexuales y reproductivas. Estas injusticias están avaladas bajo un sistema capitalista neoliberal, perfeccionado y administrado por todos los gobiernos que se han encadenado tras el fin de la dictadura, pactado con acuerdos de impunidad, lo que impide cerrar las heridas del pasado y se reproducen en el presente. Un ejemplo de ello es el Acuerdo de por la Paz y la Nueva Constitución, que no solo buscaba cerrar el proceso de rebelión de octubre de 2019, sino también asegurar impunidad para el gobierno de Piñera, acusado de violar derechos humanos.
Por Camilo Parada, Movimiento Anticapitalista
Es un hecho histórico que el 11 de septiembre de 1973, el golpe militar, liderado en último momento por el genocida Pinochet, derrocó violentamente al gobierno democráticamente electo de Salvador Allende y a la «Vía Chilena al Socialismo». Más allá de los debates de izquierda de este período y que debemos revisitar desde el presente, la evidencia nos dice que el golpe civil-militar marcó el inicio de una brutal dictadura que duraría casi 17 años.
En este contexto, es esencial abordar la responsabilidad de Estados Unidos en el quiebre de la democracia chilena, ya que su intervención y apoyo activo al golpe han sido bien documentados, respaldados por documentos desclasificados. En estos documentos, se puede seguir de manera clara la voluntad imperialista de acabar con la Unidad Popular. Los servicios secretos, en específico la CIA, siguiendo directrices de Richard Nixon, realizaron todo tipo de acciones encubiertas para el derrocamiento del presidente Allende.
La dictadura militar chilena fue un régimen que presentó dos dimensiones principales y características. Por un lado, la contrarrevolución capitalista/neoliberal, donde se impuso un modelo a sangre y fuego que resultó desastroso tanto en lo económico como en lo referente a los derechos sociales, con la consiguiente privatización de derechos fundamentales. Por otro lado, se caracterizó por violaciones sistemáticas a los derechos humanos. El terrorismo de Estado fue la tónica, a pesar de que los conciliadores «democráticos» se nieguen a ahondar en esta marca indeleble de la dictadura. Miles de personas fueron detenidas, desaparecidas, ejecutadas, torturadas, exoneradas y relegadas por razones políticas. Además, miles se vieron obligadas a exiliarse en países lejanos para salvar sus vidas y escapar de la persecución política.
También es importante recalcar que la solidaridad internacional fue un pilar fundamental en la lucha por los derechos democráticos y la defensa de los derechos humanos, algo que muchas personas parecen olvidar cuando las crisis migratorias se presentan en sentido contrario.
Luego de la llamada «transición hacia la democracia» en Chile, las deudas pendientes en materia de justicia y verdad no tardaron en poner de manifiesto las contradicciones del pacto que llevó al fin de la dictadura. La impunidad es un hecho que se extiende hasta el día de hoy, ya que muchos violadores de los derechos humanos nunca han pisado la cárcel. Los altos mandos de la Junta Militar jamás pagaron por la autoría intelectual de crímenes de lesa humanidad. Esto no solo es preocupante, sino inaceptable, ya que ha abierto la posibilidad de nuevas violaciones a los derechos humanos. Además, nunca se desmantelaron los cuerpos militares ejecutores de estos crímenes, y su naturaleza permanece intacta hasta el día de hoy. Existen muchos ejemplos, incluso en la democracia, de actos criminales cometidos por las Fuerzas Armadas y Carabineros debido, precisamente, al manto de impunidad que ha sido mantenido en todos los gobiernos transicionales que fundamentan los pilares del régimen que impera hasta el día de hoy. Esta situación se vuelve a reproducir en el gobierno de Boric, con leyes represivas y que otorgan facultades de uso de armas letales a las fuerzas del orden, que no hace mucho tiempo disparaban a los ojos de los manifestantes.
Cualquier avance en el proceso de justicia y reparación a las víctimas se ve puesto en entredicho por la realidad. Queda mucho por hacer para asegurar una reparación real y completa, así como un efectivo «Nunca Más».
En correlación a las violaciones a los derechos humanos, también es fundamental destacar los desafíos presentes, como resabios del terror, en los derechos económicos, sociales, culturales, sexuales y ambientales en Chile. Las desigualdades sociales y económicas persisten, y las brechas continúan ampliándose, mientras que la precariedad laboral parece una realidad difícil de ignorar. Existen disparidades en el acceso a la educación, la salud y los servicios básicos debido a la lógica mercantil que prevalece desde la dictadura y que los supuestos gobiernos democráticos han perfeccionados.
El Frente Amplio y el Partido Comunista, a pesar de las promesas de campaña, el derecho a vivir en un ambiente sano y libre de contaminación sigue siendo una asignatura pendiente. El daño ambiental es innegable y se agrava con la aprobación del tratado neocolonial del TPP11 y los megaproyectos ecocidas por parte del gobierno «ecológico» de Boric que reactualizan la dependencia depredatoria del extractivismo.
Es fundamental pensar, organizarnos y luchar para cambiar esta realidad, que solo beneficia a una minoría de capitalistas, a 50 años del Golpe. Desde el Movimiento Anticapitalista, reconocemos la necesidad de una memoria histórica, pero en el sentido de una disputa política por el presente y el futuro, en busca de otro tipo de democracia para Chile y el mundo. Una democracia desde abajo y obrera, anti represiva y que garantice el derecho a la libertad de expresión y organización política de las mayorías. La persecución política y la existencia de presos políticos deben ser erradicadas, garantizando la igualdad de derechos para todas y todos, que se conseguirá únicamente con la democratización total de qué y cómo producimos, es decir con control social y obrero de los resortes de la economía para transitar a una nueva sociedad socialista.
Absolutamente, es hora de buscar una sociedad construida desde la clase trabajadora, donde se priorice el bienestar de todas las personas y se respeten los derechos humanos y ambientales. La lucha por una democracia genuina y una sociedad más igualitaria debe ser un compromiso de todas y todos, para construir un futuro más justo, sostenible y solidario. Es fundamental asaltar la política y para arrebatar los privilegios de la minoría poseedora. Es un llamado a la acción para trabajar juntos en la construcción de un mundo donde se erradiquen las desigualdades y se promueva la dignidad y los derechos de todas las personas, así como la protección de la naturaleza frente a un sistema que nos lleva a la catástrofe.
Por eso, la lucha contra la impunidad es luchar por el presente. Luchamos por la apertura de todos los archivos de la dictadura y la democracia, es crucial para el acceso a la verdad y la memoria histórica, mucho más que los cristianos pedidos de perdón y los llamados desde los vencedores a la reconciliación. Para los anticapitalistas, no solamente, no hay olvido, perdón ni reconciliación posible con los asesinos del pueblo, sino que luchamos por dar vuelta todo, por una verdadera democracia obrera, popular y ecosocialista.
Que los 50 años del golpe y la continuidad de la impunidad y las violaciones a los derechos humanos, sociales y ambientales, sean el puntapié para luchar por un sistema más igualitario, con derechos sociales genuinos, para eso es necesario fomentar la participación y organización activa de la clase trabajadora, los sectores populares, les migrantes, la juventud, los pueblos originarios, las disidencias y el movimiento feminista de clase. La búsqueda de un gobierno de los trabajadores y de un modelo socialista, revolucionario y democrático real de país es la aspiración legítima para aquellos que buscamos una transformación profunda en la sociedad y de nuestra relación con los equilibrios ecológicos.
Sin embargo, estos objetivos no se logran con simples declaraciones. Es importante reconocer que el camino hacia el cambio requiere unidad y generosidad de todos los sectores anticapitalistas, así como la construcción de espacios comunes sin sectarismos ni autoproclamas iluminadas, como aquellos que pretenden ser la única chispa de la revolución.
La construcción de un gran partido revolucionario que represente las aspiraciones de la mayoría social y tenga una influencia real en los procesos del movimiento de masas no se logra con varitas mágicas ni atajos. Esta es, sin duda, una de las grandes tareas que tenemos por delante, manteniendo siempre la independencia de clase. Sin embargo, este camino no puede construirse con oportunismos efímeros.
Es evidente que la unidad de la izquierda es una necesidad y debe acoger a muchos sectores, como la base comunista desencantada con el entreguismo de sus direcciones, y los sectores de izquierda conscientes de que las promesas del reformismo gobernante son funcionales a los 50 años de neoliberalismo impuestos a sangre y fuego. La unidad de los trabajadores debe ser libre de sectarismos y contar con un programa de izquierda anticapitalista, feminista y ecosocialista. El tiempo apremia, y es crucial avanzar en esta dirección.
Los 50 años del golpe de Estado en Chile nos enfrentan a las continuas violaciones a los derechos humanos que persisten incluso en tiempos de democracia. Sin embargo, también nos plantea el desafío del presente y las luchas actuales que aún están pendientes. Para aquello, el horizonte de las perspectivas revolucionarias, esta conmemoración debe ser una oportunidad para alejarnos de las actitudes derrotistas del estalinismo y el progresismo, avanzando en reflexionar sobre los desafíos que enfrentamos en términos de justicia, derechos humanos, derechos ambientales y sexuales.
Nuestro compromiso con una democracia obrera y una sociedad socialista debe guiar nuestros esfuerzos para construir un futuro de las mayorías que vivimos de nuestro trabajo, no solo en Chile, sino en todo el mundo, sin fronteras. Por esta razón, hemos decidido abrir un espacio de reflexión a 50 años del golpe militar: desde la resistencia a la propuesta anticapitalista y socialista para transformar todo. Te invitamos a sumarte a esta iniciativa, a participar en debates y a organizarte con nosotros, para recuperar el hilo rojo de la experiencia revolucionaria chilena que se forjó con la vanguardia de los años 60 y 70, junto a la valiente juventud alzada. Recuperando la poderosa autoorganización obrera de los cordones industriales y reconocer los límites del reformismo de la vía pacífica al socialismo. Juntos y juntas, buscaremos impulsar acciones que enfrenten los desafíos del presente y tomar el cielo p