Por Camilo Parada Ortiz
El domingo 16 de noviembre, Chile vivió una jornada electoral que reflejó la profunda crisis orgánica del modelo heredero de la dictadura civil-militar pinochetista. En un contexto de creciente pauperización de la clase trabajadora, encarecimiento de la vida y leyes represivas, se eligieron siete circunscripciones senatoriales, la totalidad de la Cámara de Diputados y Diputadas, y elecciones para definir al futuro presidente del país austral.
Los resultados presidenciales, con un 99.99% de las mesas escrutadas, son la expresión de una polarización asimétrica, donde la burguesía y sus representantes políticos radicalizan su proyecto hacia la ultraderecha, las fuerzas de centro izquierda oscilan hacia un reformismo timorato que administra la crisis en beneficio del capital.
La candidata del oficialismo, Jeannette Jara, militante comunista de la coalición Unidad por Chile, obtuvo el primer lugar con un magro 26.85% de los votos. Su campaña, dirigida a un «centro» político en descomposición, fracasó en movilizar a un electorado popular hastiado por el gobierno Gabriel Boric– que encerró las promesas de la Rebelión de 2019 en una caja a doble llave. Lejos de una «refundación», su administración ha profundizado el modelo neoliberal, militarizando el Wallmapu, criminalizando a la migración, aplicando una feroz política securitaria contra la protesta social y renunciando a una reforma tributaria real que afecte al 1% más rico, en otros términos, no solamente se limitó como sus antecesores concertacionistas a la administración del modelo, sino que respondió de manera ordenada, al relato que le puso la derecha y sus medios de comunicación.
Frente a este reformismo funcional al capital, la ultraderecha logró consolidar su hegemonía en el espectro opositor. José Antonio Kast (23.92%), Franco Parisi (19.71%) y Johannes Kaiser (13.94%), a pesar de sus diferencias retóricas, representan proyectos orgánicos de la burguesía en su fase de crisis: un capitalismo autoritario que busca restaurar la tasa de ganancia mediante una ofensiva generalizada contra la clase trabajadora. Sus discursos combinan el ajuste económico ultraliberal con el autoritarismo político, el negacionismo ambiental, el patriarcado reaccionario y la xenofobia, apelando a un «sentido común» construido por décadas de ideología dominante.
La segunda vuelta entre Jara y Kast no es, por tanto, un choque entre proyectos antagónicos, sino la expresión de la crisis del régimen. Por un lado, un reformismo que ha demostrado su incapacidad estructural para romper con los dictámenes del capital financiero y el FMI. Por el otro, una ultraderecha que promete una explotación más brutal y descarnada.
La crisis multidimensional del capital versión criolla
El eventual triunfo de Kast es celebrado por los mercados –el IPSA chileno se disparó un 3.1%– porque garantiza la aplicación de un ajuste estructural sin gradualidad. Este ajuste recaerá sobre las espaldas de la clase trabajadora, pero con un ensañamiento particular sobre los sectores más oprimidos por el capital: Los migrantes, con una criminalización que, no es solo un recurso ideológico para dividir al proletariado, es la justificación para su superexplotación laboral y la negación de sus derechos más básicos, convirtiéndoles en chivos expiatorios de la crisis capitalista, incluso cuando son utilizados electoralmente.
Las mujeres, cuyos derechos han sido atacados históricamente por los sectores reaccionarios, conservadores y más retrógrados, un eventual gobierno ultraderechista significa un ataque frontal a los mínimos derechos conquistados. Se avizora una agenda que restringirá el aborto, precarizará aún más su trabajo –productivo y reproductivo– y reforzará las estructuras patriarcales que las confinan a un rol subsidiario, secundario y de cuidado no remunerado, base material de la opresión. El foco puesto en la familia tradicional, anuncian un retroceso marcado además en la constante propaganda contra cualquier política de género y recortes presupuestarios en materia de cuidados, casas de acogida, políticas contra la violencia hacia la mujer, etc. Las diversidades sexogenéricas y niñeces trans ven peligrar también lo poco que se ha conseguido, fruto de las luchas de las disidencias, el proyecto de la ultraderecha es intrínsecamente antidiversidades, es un proyecto que refleja lo peor del sexismo, una política basada en odio. Su «agenda de la familia» busca liquidar los avances legales en materia de identidad de género y derechos reproductivos, reforzando la norma heterocispatriarcal indispensable para la reproducción de la fuerza de trabajo y la propiedad privada; también pone entredicho las políticas de salud hacia población trans/travesti, las infancias y los programas de medicación retrovirales hacia personas con VIH. El medioambiente, la ecología, los territorios también están en peligro, el programa de la ultraderecha representa la depredación en estado puro. La desregulación absoluta, el extractivismo sin límites y la negación de la crisis climática como pilares de la distopía reaccionaria, que sacrifica el metabolismo sociedad-naturaleza en el altar de la acumulación capitalista y como respuesta a la crisis de recuperación de tasas de ganancias. Es muy probable además que se intensifique la oposición al reconocimiento de los pueblos originarios y se desestimen sus demandas históricas de autonomía política y territorial, revirtiendo los pequeños avances logrados en años anteriores, acompañado de una mayor criminalización de la protesta y la reivindicación territorial, mediante un aumento de la militarización en los territorios indígenas, como se ha visto históricamente en algunos conflictos (ej. conflicto mapuche), y el uso de leyes y políticas que vulneran sus derechos humanos, hay que decir que la militarización del Wallmapu se mantuvo la casi totalidad del gobierno reformista de Gabriel Boric, con el apoyo de amplios sectores de la centro izquierda.
Parisi se repite el plato de la sorpresa
La candidatura de Franco Parisi, que obtuvo un sorprendente 19.71% de los votos, no puede explicarse simplemente como otro proyecto de la derecha populista. Es un síntoma de la crisis orgánica del capitalismo neoliberal chileno y del fracaso histórico del reformismo de izquierdas. Su figura encarna lo que el marxismo crítico puede caracterizar como un populismo reaccionario de base desclasada, sectores empobrecidos y aspiracionales, que canalizan el malestar en proyectos populistas que dan soluciones simples, de una manera que termina fortaleciendo la hegemonía del capital.
Parisi se vende como el «anti-casta», el técnico pragmático que está por encima de la «izquierda caviar» y la «derecha corrupta». Su campaña, ejecutada con la lógica influencer de las finanzas personales, no es una ruptura con el sistema, sino su expresión más pura y contemporánea, la política como emprendimiento individual, donde las ideas se reducen a coaching y las soluciones estructurales se reemplazan por recetas de autoayuda meritocrática.
Con un discurso cuyo leitmotiv es «ni facho ni comunacho» busca negar el conflicto de clases, presentando la lucha política como un pleito entre élites despreciables y un pueblo abstracto unificado por su sufrimiento y sacrificio. Esta mistificación es funcional al capital, pues desarma la comprensión de la sociedad como un campo de batalla entre explotadores y explotados.
Los matices parlamentarios
El matiz a la euforia reaccionaria es la falta de una mayoría parlamentaria absoluta para el bloque de ultraderecha. Si bien el Partido Republicano de Kast será la primera fuerza en la Cámara Baja, su bloque de 42 diputados (sumando a los libertarios y socialcristianos) es insuficiente para gobernar en solitario. Esto deja un respiro al reformismo de la antigua Nueva Mayoría y sus nuevos socios del Frente Amplio, frente a una debacle que podría haber sido mayor.
La centro izquierda criolla, artífice, en parte, del «milagro neoliberal» chileno, mantiene estrechos lazos con el empresariado y puede ponerse a disposición, aduciendo el viejo cuento de la política de los acuerdos, para pactar con la ultraderecha las reformas de ajuste que el capital exige, esto ya se ha visto en otros países donde la reacción ha llegado al poder por la vía de la democracia liberal y representativa. La historia demuestra que estos acuerdos interburgueses se hacen a costa de los derechos sociales, laborales, sexuales y ambientales del pueblo.
Una vez más la lucha de clases
El giro a la ultraderecha es la respuesta del gran capital a la Rebelión de 2019, un intento de disciplinar mediante el miedo y la represión a sectores oprimidos que se levantaron en lucha y que fueron desmovilizados con el Acuerdo Por la Paz y la Nueva Constitución, la pandemia y la salida institucional del régimen a la rebelión, son todos estos sectores que debemos reagrupar.
Frente a esta encrucijada, la tarea estratégica es reconstruir la independencia política de la clase trabajadora y sus organizaciones. La derrota de estas nuevas expresiones de la extrema derecha y la lucha contra el capitalismo requieren un proyecto de poder popular, revolucionario, feminista, ecologista e internacionalista, que unifique las luchas de la clase trabajadora, las mujeres, las diversidades, los pueblos originarios, les migrantes y la juventud precarizada. La única garantía frente a la barbarie capitalista es la construcción consciente de una alternativa socialista que supere los sectarismos, es la tarea que tenemos por delante.
Es importante destacar que la izquierda revolucionaria y anticapitalista, tuvo una participación bastante marginal en este proceso de elecciones chilenas que, confirman una tendencia global: el agotamiento de los ciclos reformistas y la incapacidad del capitalismo para ofrecer soluciones a sus propias crisis. Sabemos que la disputa electoral, es uno de los campos de batalla política, no es el exclusivo ni el estratégico de la izquierda revolucionaria, en este sentido lo principal es prepararnos para lo que se viene, partiendo de esto, la experiencia de la Liga Internacional Socialista (LIS), que avanza de manera dinámica, reagrupando expresiones políticas provenientes de distintas tradiciones, todas ellas del campo anticapitalista, del socialismo, por supuesto de los troskismos, pero no únicamente, también del activismo indipendiente, obrero, juvenil, medioambiental, de rupturas por izquierda de formaciones reformistas, confluyendo en un proyecto internacionalista común, en base a un programa de transformaciones profundas, anticapitalista y socialistas, con un funcionamiento saludable, sobre el método del centralismo democrático genuino y no puramente declatario, asentado en el debate, en la permanete discusión democrática y elaboración colectiva para actuar en la realidad de manera coordinada y alejándose del sectarismo y el oportunismo político. Por supuesto cada país tiene sus propias particularidades y no existen fórmulas mágicas, mucho menos transportables de un espacio a otro, sin embargo, creemos que es importante explorar fórmulas en la vanguardia chilena, donde es evidente que por separado, las fuerzas del campo revolucionario somos expresiones más bien pequeñas en este momento histórico, sumado al hecho de que por fuera de nuestras organizaciones, existen otras expresiones, inorgánicas muchas veces: activismos, movimientos y personas que sería clave hacer confluir y reagrupar. Estamos convencidas y convencidos que, es fundamental unificar en un movimiento, en una organización con musculatura, en un partido unificado de tendencias, en base a un programa revolucionario, todas las expresiones de la izquierda anticapitalista, socialista, disidente, transformadora chilena, para dar vuelta todo. Ese es el camino que planteamos desde el Movimiento Anticapitalista, sección chilena de la LIS, en la tarea presente para luchar contra la ultraderecha, proponiendo una salida desde abajo, de las y los trabajadores, para cambiar el mundo de base.

