Ya no hay forma de retornar a la “Normalidad” neoliberal que tanto aclaman los medios de propaganda capitalistas, ha quedado nuestra fragilidad al descubierto porque queda al descubierto la naturaleza necrológica de la codicia, frente a esa tensión, el confinamiento social que se expande a la par del virus por el planeta, también es la ocasión de reflexionar cómo ponemos al conjunto de la vida en el centro del interés de la cosa pública.
José Saramago, en una entrevista en 2004 decía: “¿Para qué engañarse? Vivimos en una democracia secuestrada por el poder económico, esto todo el mundo lo sabe. ¿Fueron los gobiernos los que decidieron hacer del empleo precario algo que se convertiría en “normalidad” social y el contrato basura en operación corriente? ¿O ha sido el poder económico que, en nombre y para mayor gloria del santísimo Lucro, lo ha impuesto a los gobiernos y a toda la sociedad? ¿De dónde cayó esa plaga? ¿Del cielo o de los señores del dinero?”[i]
Quienes incesantemente luchamos por la emancipación total de la clase trabajadora, por el fin de las relaciones de poder en todo el tejido social, especialmente entre hombres y mujeres, por el respeto de la naturaleza y sus ecosistemas, sabemos que todo ha cambiado. Desde el estallido del 18 de octubre, encendido nuevamente por la juventud más aguerrida que se pone en pie de lucha contra el modelo neoliberal chileno, modelo impuesto a fuego por los Chicago Boy y la contra-revolución capitalista de Pinochet y las grandes patronales, y perfeccionado por concertacionistas social-liberales y supuestos derechistas renovados, tenemos claro que después de esta pandemia, ya no seremos lxs mismxs. El mundo se ha deslizado, porque ha caído ese falso decorado de película imperialista y se ve el andamiaje del estudio capitalista.
El virus expone a evidencia que solamente una humanidad conectada en redes de solidaridad nos salva. No podemos esperar nada del modelo, ese que paulatinamente ha ido, desde su génisis sistémica, privatizando derechos básicos y jugando en la bolsa con nuestra salud. Es de ese trabajo psicosocial por definición colectivo, que debemos esparcir las esporas de revuelta. Es por esto que, insistimos que no hay que dejar de despertar. El despertar del estallido y sus demandas desnudaron la barbarie de esta democracia neoliberal, pactada con muertxs sobre la mesa, entre empresariado, militares y socialiberalismo. Nuestras armas más poderosas son la empatía, la solidaridad, el tejido social, la noción de igualdad ejercida en las relaciones, el bien público como espacio de colectivizaciones entre subjetividades, lo múltiple. Es ahí donde reside nuestra reserva de fuerzas.
La “normalidad” neoliberal presupone un alto costo para quienes siempre se ven más expuestxs: para lxs pobres. Extrapolando a Alberto Moravia podríamos pensar: “Los hombres normales no eran buenos -siguió pensando- porque la normalidad se pagaba siempre, consciente o inconscientemente, a un precio muy caro y con una serie de complicidades varias, todas tan negativas; de insensibilidad, de estupidez, de vileza, cuando no derechamente de criminalidad“[ii].
La praxis anticapitalista se relaciona siempre con la alteridad, con la relación con lx otrx. Por eso, la aparación del virus nos da de inmediato una pauta revolucionaria para poner el bien colectivo como una meta y preocupación permanente, la seguridad de todxs depende de lx otrx. Y eso cuaja con urgencia en medio de una crisis económica y ecológica global a la cual sumamos la pandemia del COVID-19. Así vemos que tenemos una triada de crisis: económica, ecológica y sanitaria.
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No es necesario ser experto para concluir que existe una relación directa entre nuevas enfermedades, propagación y modelo económico productivista y sin control social de los medios de producción. Desde esta relación, debemos entender como consecuencia la pérdida constante de millones de hectáreas de bosque nativo, causados por empresas forestales, eliminando así ecosistemas enteros, especies vivas y fuentes de recursos naturales no renovables. La crisis ecológica no es más que el reflejo espantoso de la crisis del capitalismo que ha fomentado un verdadero ecocidio a través de la deforestación, con la catástrofe en biodiversidad que eso conlleva, biodiversidad que es esencial para el control de plagas e infecciones y la protección de enfermedades entre una especie y otra.
La crisis tiene diversidad de expresiones que están entrelazadas y que inevitablemente nos llevan a un origen y enemigo común estructural: el sistema capitalista. Pensemos en la industria cárnica, tanto los sectores ganaderos como la agroindustria, se relacionan con la industria química y farmacológica. Sabemos que las condiciones en la industria alimenticia son foco de salto de enfermedades inter-especie, por ejemplo, como sucedió con la gripe aviar. La agroindustria intensiva y la ganadería provocan a la vez pérdidas de masa forestal y generan increíbles ganancias a las grandes corporaciones farmacéuticas.
Estos días, empezamos a ver alrededor del mundo como los animales retoman los espacios de las ciudades y pueblos en cuarentena. El parcial enquistamiento de la máquina productiva hace a los ecosistema re-equilibrarse. En Santiago de Chile, en el momento en que escribo estas líneas, se puede ver un cielo azul que las generaciones más jóvenes no conocían, debido a la enorme concentración de partículas de CO2 que genera la búsqueda de plusvalía permanente e innecesaria sobre los derechos básicos de lxs trabajadorxs.
Por otro lado, el confinamiento también devela la naturaleza patriarcal del capitalismo, poniendo de relieve la fundamentalidad de las labores de cuidado y el trabajo reproductivo que es expropiado a las mujeres y cuerpos feminizados. Desde este enfoque y tomando en cuenta el central aporte del feminismo de clase a la lucha anticapitalista, tenemos la tarea de activar la pelea por la vida desde lo reproductivo, repensar la economía popular, poner en su justo lugar todas las labores que sostienen y permiten que el mundo funcione, así como luchar contra la violencia machista y todos los mecanismos de poder patriarcal, que en tiempos de aislamiento se extreman. Ante eso y en medio de la cuarentena socialista, debemos poner las energías en resignificar toda función comunitaria, trabajos domésticos y de cuidados, y repensar todas nuestras prácticas, con el objetivo de construir nuevas formas de relacionarnos buscando la superación de las dinámicas de poder.
El COVID-19 nos invita a posicionarnos, a denunciar que los medios de producción no pueden estar en manos de una minoría que piensa obsesivamente en mantener y aumentar sus ganancias, sin importarle la vida y salud de los seres vivos sobre el planeta Tierra. El virus puede y debe tener una resignificación revolucionaria, nos emplaza a desplegar, hoy más que nunca, todos nuestros esfuerzos en una alternativa ecosocialista, feminista e internacionalista.
Camilo Parada Ortiz.
[i] https://elcultural.com/jose-saramago-sigo-siendo-un-autor-comprometido-a-dios-gracias-palabra-de-ateo
[ii] Il Conformista, de Alberto Moravia. Novela que alega contra los mecanismos del totalitarismo. 1951.