Por Maura Gálvez y Francisca Barbosa, Movimiento Anticapitalista – Juntas y a La Izquierda
Estamos ad portas de un nuevo 8 de marzo y reaparecen debates que nunca perdieron vigencia, debates que retoman el hilo rojo y violeta de la historia.
Así, se hace necesario recordar que hace más de 100 años las mujeres obreras de Petrogrado se levantaron exigiendo mejoras salariales, reducción de la jornada laboral y derechos sociales. Corrían tiempos de autoritarismo, guerra y hambre, y la huelga general fue su herramienta de lucha. Pero la huelga no fue una declaración, sino la expresión concreta de la consciencia de clase de aquellas mujeres, quienes salieron a la calle para poner en el centro que eran ellas quienes hacían andar la fábrica, quienes producían y resistían la precarización de la vida en sus hogares, por lo tanto, su acción paralizaba. Un 8 de marzo de 1917 en Rusia, esa huelga tomó una fuerza imparable en medio de un proceso de revuelta social y bajo las consignas pan, paz y tierra, motorizó el camino para el triunfo del proyecto de emancipación más importante que ha visto la clase trabajadora, la revolución de octubre que dio paso al primer primer estado obrero de la historia.
Algunos años atrás, eran las militantes de izquierda de la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres de Copenhague, particularmente la iniciativa de la revolucionaria alemana Clara Zetkin, quienes proponían que el 8 de marzo se reconociera como el día de la mujer trabajadora, lo que vino a concretarse con la sublevación de las obreras rusas.
Disputar y ganar las calles, la ola que no se detiene
En este sentido, la verdadera historia del 8M está lejos del relato que los gobiernos de turno, la ONU y el feminismo hegemónico ha querido instalar durante años para vaciarlo de su contenido combativo y de clase, permitiendo que el capitalismo lucre en un día de ofertas de flores y maquillaje.
El día internacional de las mujeres trabajadoras sigue siendo un espacio de disputa ideológica en el cual se hace imprescindible reivindicar que este día es el resultado de la lucha en las calles en el marco de una brutal crisis capitalista que en su relación indisoluble con el patriarcado, profundiza las violencias contra las mujeres y cuerpos feminizados. Esta “alianza criminal” es la responsable de la feminización de la pobreza, los recortes salariales, los ajustes, los despidos y también de la subordinación de las mujeres dentro del espacio que el patriarcado capitalista designó para nosotras: “privado, la casa, lo íntimo, y por tanto, lo no-económico” donde se reproduce el maltrato, el abuso y la violencia sexual.
Pero como el motor de la historia es uno solo, la historia nos muestra que las mujeres de la clase trabajadora no se han quedado sentadas viendo como el sistema les robaba la vida. No sólo levantaron la huelga en la Rusia de 1917, también salieron a la calle y mantuvieron las barricadas encendidas en París en 1871, y así, en cada proceso revolucionario, las mujeres han tomado las armas, han organizado la resistencia y han luchado contra la carestía de la vida.
En los últimos años, un viernes de 2018 en Polonia, las mujeres hicieron retroceder el plan de ajuste de salud que quitaba el derecho al aborto en los hospitales publicos; Argentina el 2015 dió paso el primer Ni una Menos y luego a finales del 2020, tras una pelea imparable, conquistaron el derecho al aborto, mientras se encendian las luchas por nuestros derechos en distintos lugares del mundo. Así, se fue configurando una ola feminista global, con sus respectivas desigualdades y particularidades, que constituyó un movimiento amplio caracterizado por su masividad, radicalidad y que fue conformando a nivel global el 8M como un día de lucha.
En nuestro país, el 8 de marzo hace mucho viene siendo un día cargado de masividad y radicalidad, y aunque algunos sectores del feminismo insistan en instalar la idea de que todo comenzó el 2018, esa fuerza y radicalidad es muchísimo anterior, y nos remite a una perspectiva de alianzas con múltiples sectores en lucha que hoy el feminismo debe retomar para instalar un proyecto emancipador para el conjunto de la sociedad.
El 8M del 2014, tres días antes a que Michele Bachelet asumiera su segundo mandato -ocasión en el cual su acto en la Alameda lleno de globos y rosas intentó tomarse el protagonismo- la organización independiente de feministas decidió disputar y quitarle a la “mujer presidenta” la posibilidad de adueñarse de esa fecha. Una movilización enorme que desbordó la calle dejó sin ninguna posibilidad al acto institucional. Los 8 de marzo se fueron construyendo como un día de masividad que se preparaba en asambleas abiertas convocadas desde enero, cargadas de debates por los diversos feminismos que la componían. Aquello fue un augurio a la inmensa ola que recorrería el país con el mayo feminista y sus tomas universitarias y sobre todo, los años que vinieron y se cruzaron con la rebeldía de los pueblos.
Debates y perspectivas
Hoy las mujeres y feministas estamos atravesadas por un debate importante que se está dando a nivel global y que convoca a muchos sectores. El 11 de marzo asumirá el gobierno de Gabriel Boric, el cual se define como un futuro “gobierno feminista”. Esto evidencia un intento por homogenizar un movimiento social amplio y diverso, donde existen variados sectores que impugnan la idea de que las instituciones capitalistas y la ideología reformistas pueden hacerse cargo de nuestras demandas. Las consignas de la paridad, que apuntan a satisfacer las necesidades de cambio, no son suficientes -por el contrario, son engañosas- cuando consideramos que los intereses políticos están atravesados por la clase. Así, nombramientos como el de María Begoña Yarza, futura ministra de Salud, quien fuera gerenta de la Clínica Santa María o del neoliberal Mario Marcel, y la presencia de la Concertación -responsables de la profundización del modelo imperante- nos recuerda que más rostros de mujeres no es un sinónimo de defensa de los intereses de las mayorías, mayorías compuestas por mujeres de la clase trabajadora.
Es por esto que no nos podemos conformar con meras declaraciones, ni ceder el espacio a pintar de rosado el feminismo, pretendiendo que se vuelva algo distinto a un movimiento político que lucha contra todas las opresiones y que, por tanto, debiera defender un carácter rebelde y clasista. La presencia de mujeres en espacios de toma de decisiones muchas veces es importante, pero no tiene demasiado sentido si no cuestionamos también cómo operan esos espacios de poder. Dicha presencia no nos garantiza que las fuerzas transformadoras tengan el peso necesario para desarticular las estructuras que mantienen el modelo intacto. Se ha demostrado en la Convención Constitucional.
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No delegar las fuerzas ni esperar que los canales institucionales se tomen nuestra agenda debe ser el motor de la organización y movilización para el 8M. Aquí también se expresan debates, en particular con la Coordinadora Feminista 8 de marzo (CF8M), organización que en los últimos años convoca y supuestamente organiza la “huelga”. La CF8M lamentablemente apuesta a la dispersión, sin establecer con demasiada claridad el carácter del día que debiera expresar toda nuestra fuerza de lucha, lo que inevitablemente vacía de contenido una fecha fundamental para las mujeres, disidencias y feministas. Es así que un llamado a “huelga” en abstracto, que no reivindica métodos de acción y paro efectivo, facilita a la confusión y desperdicia la oportunidad de aportar una hoja de ruta de lucha para conquistar la vida que nos merecemos. Un llamado a huelga real involucra acciones concretas, emplazar a los gremios sindicales a paralizar y hacer un plan de lucha con las demandas que años anteriores ya se habían trabajado en los encuentros plurinacionales que tensione el status quo. No apostar a eso abonar las expectativas en un futuro gobierno.
En ese sentido, es importante este debate amplio en todos los sectores, ya que la CF8M está en la Convención Constitucional y en simultáneo al debate institucional, se sigue agudizando la crisis económica que tiene como principal víctima a las mujeres y disidencias. Sin organización real de base, movilización y participación democrática no habrá garantía de cambios.
Nosotras estamos convencidas de que nuestras vidas no resisten la espera, las crisis, las guerras, la precarización, las violencias avanzan sin detenerse y nada indica que habrá una merma en ello, al contrario, los informes del propio Banco Mundial presagian lo inevitable. Por eso este 8M salimos nuevamente a la calle, tomando ese hilo rojo y violeta de historia y de memoria de mujeres trabajadoras que lucharon por una vida diametralmente distinta, abriendo disputas y unidades para fortalecer un feminismo revolucionario que se disponga a tomar el cielo por asalto. Te invitamos a marchar junto a nosotras, pero también a organizarnos juntas para ir por la vida que soñamos.