Por Francisca Barbosa, Juntas y a La Izquierda – Movimiento Anticapitalista
La última semana ha estado marcada por la fuerza de la movilización en el territorio. Aún en contexto de crisis sanitaria, las mujeres salimos a oponernos con fuerza a la decisión del juez Federico Gutiérrez que decretó arresto domiciliario para Martín Padrenas, único imputado por una serie de delitos sexuales contra distintas mujeres, una de ellas, Antonia Barra. No es el fin de este artículo analizar porque sí procedía decretar prisión preventiva según la legislación vigente, lo que finalmente fue adoptado por la Corte de Apelaciones de Temuco. Corresponde reflexionar respecto a lo que todas pensábamos en el momento en que vimos que el violador se quedaba en su casa. Pensábamos la increíble facilidad con la cual una mapuche o un luchador social es privadx de su libertad. La rapidez con que el sistema judicial enjuició a Sara, quien hoy es imputada por defenderse de su agresor, a quien previamente había denunciado. Y qué recurrente es que casos como los de Silvana Garrido Urdiles, aún no encuentren resolución alguna.
En este contexto, se conmemora un año y seis meses desde que Silvana ya no está con nosotras. En un momento álgido de la lucha de clases y de avanzada del movimiento feminista, donde el proceso iniciado en octubre de 2019 sigue abierto. La fuerza de la impugnación al sistema actual, denunciado una y otra vez por los diversos feminismos, se prepara para seguir luchando y también se cuestiona sus propios métodos. En este sentido, el problema de la violencia contra las mujeres y sus posibles soluciones encuentra uno de sus debates en el funcionamiento del sistema judicial y la cárcel. ¿Por qué es una novedad, y un aparente logro, que un hombre blanco de clase acomodada se fuera a prisión preventiva? ¿Por qué no es novedad que sigan existiendo tantos femicidios en la impunidad? Nos hace pensar si esta realidad tiene que ver sólo con que los administradores e intervinientes en el procedimiento penal carecen de perspectiva de género. Y si una “correcta” administración de justicia, una litigación con estándares de derechos humanos y la aplicación de la pena de cárcel puede solucionar el problema endémico de la violencia patriarcal, como proponen ciertos sectores.
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Y no es que no sea necesario que el Estado cumpla con los compromisos que ha suscrito. Recordemos que existen tratados como el de Belen do Pará, que obliga a las autoridades estatales a cumplir con los deberes de prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer y que son herramientas importantísimas a la hora de enfrentar un juicio por femicidio o violación. Es intolerable que seamos ridiculizadas, revictimizadas y vulneradas una y otra vez en estos procesos. Pero este será un juicio que tiene como fin, desde el punto de vista de la víctima, la condena del macho imputado y no es ahí donde termina nuestro grito por justicia. De hecho, pienso que la cárcel, así como la conocemos y desde una mirada socialista, no puede ser nuestra respuesta al patriarcado. Pienso que no podemos depositar nuestra confianza y el objeto de nuestra lucha en instituciones que no son nuestras y que históricamente han funcionado al servicio de una pequeña minoría.
Con esto NO quiero decir que alguien como Martín Padrenas o el asesino de Silvana no deba ser condenado por el Estado. Apostamos porque así sea porque conocemos los costos de la impunidad. Lo que afirmo es que, ninguna institución que le sirva al capitalismo, puede darle una solución real al problema de la violencia contra las mujeres. Y la cárcel le sirve al capitalismo por muchas razones. No sólo porque hoy existan prisiones concesionadas donde hay inversión privada que lucra con los y las presas, situación que se agrava cuando consideramos que quienes deciden qué acciones debe perseguir el Estado (los políticos) y quienes pueden hacer negocio con la cárcel (los empresarios) están estrechamente vinculados. Sino porque más del 60% de las personas que se encuentran cumpliendo condena en Chile están encarcelados por delitos contra la propiedad, muchas de ellas privadas de derechos básicos a lo largo de la vida, mientas que solo un 6% está por delitos sexuales[1]. No funciona como una amenaza que disuada a las personas de cometer delitos, ya que la población penal crece. Tampoco reinserta a las personas en la sociedad cuando éstas salen de prisión, lo que crea más discriminación y genera reincidencia. Sin dudas, este es un tema muchísimo más complejo que lo que puede expresar un párrafo, pero vale preguntarse ¿a quién le sirve la cárcel entonces?
La verdad es que vivimos en una sociedad que genera masculinidades violentas y que insiste en relegar los intereses de la gran mayoría de las mujeres, pertenecientes a la clase trabajadora por cierto, al último plano. ¿Acaso la cárcel es un método eficiente para combatir cada abuso y violación que se comete al interior de los hogares? Casos donde las víctimas están vinculadas a sus agresores por una serie de relaciones muy complejas, donde hay veces que identificar los abusos como delitos es muy dificultoso para las mujeres y niñes y la prueba, para lograr la condena, por tanto, es extremadamente difícil. ¿Acaso la pena de cárcel para los perpetradores y cómplices de los crímenes al interior del SENAME corregirá el problema estructural del abandono por parte del Estado de la infancia pobre? Cuestionarnos las instituciones burguesas es más necesario que nunca. Hemos visto como fracasan. Pero, así como reconocemos que despatriarcalizar la sociedad requiere de una voluntad multisectorial y la defensa de una ética feminista con horizonte socialista que no se logra de un día para otro, también creemos que la cárcel no puede ser abolida de la noche a la mañana. Rita Segato señala que el deseo no se cambia por decreto y es cierto. Pensar en terminar con la cárcel en sociedades neoliberales es como creer que podemos terminar con la explotación de las mujeres mientras se sigue invisibilizando el trabajo reproductivo y despolitizando el “espacio privado”, o sea, mientras persista el capitalismo. Lo que sí, se nos ha enseñado a pensar que la única forma de hacer justicia y terminar con los problemas sociales es a través de la cárcel y así lo creemos, aún cuando esto no sea cierto.
Lo anterior se hace evidente con sólo percatarse que la amenaza de la cárcel ha existido desde hace ya un tiempo para los femicidas, desde 2010 con la ley Nº 20.480 para ser exactas, y aún así, estos delitos no han disminuido. De hecho, en las estadísticas del Ministerio Público se destaca un aumento de los casos de femicidios en el período entre 2011-2016 [2]. En otro plano, si hablamos de la violencia económica que ejercen los padres que no pagan las pensiones de alimentos a sus hijos e hijas, ni el apremio de arresto se ha traducido en una solución para esas madres que deben mantener solas a sus familias. En el 2013 hubo un total de 22.409 aprehensiones por esta razón, pero las estadísticas señalan que en los últimos años, el 60% de las pensiones decretadas por los tribunales de familia no han sido pagadas, en su mayoría, por hombres.[3]
Por esto, desde un feminismo anticapitalista, estamos y estaremos siempre en las luchas de las mujeres, defendiendo nuestros intereses, pero también debemos denunciar que la cárcel fue hecha para personas pobres y racializadas y que es una forma demasiado simplista para enfrentar nuestras problemáticas. Además, esta es la misma institución que hoy tiene presos y presas a compañeres, chilenos y mapuches, que se alzan contra las injusticias que defiende el gobierno. Es la misma institución que hoy encierra a las mujeres madres y a la infancia precarizada, que delinquen en el contexto de vulnerabilidad y carestía que el mismo Estado ha propiciado y mantenido. Es necesario criticarla, pensar alternativas e identificar de dónde vienen los problemas para evitar su reproducción.
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Defendemos por tanto, que para derrocar al patriarcado, todas las instituciones del capitalismo deben ser radicalmente transformadas y que debemos luchar por un feminismo que apunte a los cambios desde los orígenes del problema, atacando al machismo desde todos los frentes para evitar que niños dañados por una sociedad brutal y cruel se transformen en violadores y femicidas. Defendemos que el sistema de justicia, no puede ser impartido ni diseñado por quienes siempre han tenido el poder, defendemos la búsqueda e implementación de una justicia democrática y colectiva que incorpore una perspectiva interseccional, clasista y de género. Defendemos un feminismo que no tolere a aquellos que nos hacen daño, en especial a esos como Pradenas que cuentan con todos los medios para su impunidad, pero que comprende que para que no existan más hombres violentos, debemos pelear por otro Estado, por otra cultura, por otro sentido común y otra sociedad. Defendemos que para esto, la organización de las mujeres es fundamental y debe levantar lucha antipatriarcal en todos los sectores de la clase trabajadora y la sociedad en general, comprendiendo así, la radicalidad de nuestra bandera. Defendemos un proyecto político que ponga nuestras vidas por delante, combatiendo la impunidad, pero rechazando siempre el populismo penal que pretende lavarse las manos con normas insuficientes y legisla con nuestro dolor.
Nada ni nadie nos devolverá a Silvana y sin dudas, las feministas no permitiremos que un femicida y abusador camine impunemente por la calle. Por eso, seguimos luchando por una sociedad consciente y combativa que rechace ser cómplice de estos sujetos, que rechace al Estado machista-capitalista y a la violencia patriarcal con organización y militancia que pueda traducirse en democracia real. Todo el poder para nosotras, sin espacio para estos asesinos. Mantendremos viva la fuerza y alegría de la Silvana, porque justicia es terminar con todo lo que nos hace daño.
#CONSILVANAENELCORAZÓN
[1] https://html.gendarmeria.gob.cl/doc/estadisticas/n122dic18_mujeresamerica.pdf
[2] https://www.uchile.cl/publicaciones/141701/informe-tematico-violencia-contra-la-mujer-en-chile-y-ddhh
[3] https://www.camara.cl/verDoc.aspx?prmID=53525&prmTipo=INFORME_COMISION