Los paralelos entre la actualidad y el agitado 1968 exigen rescatar las lecciones de aquella gesta histórica.
Por: Vicente Gaynor
En 1968 el general de Gaulle cumplía diez años en el poder. Para la burguesía francesa, fue una década de industrialización y ganancias extraordinarias, en la que vio su tasa de acumulación de capital aumentar en un tercio, llegando al 26% del PBI. Como no puede ser de otra manera, esto se logró sobre la base de una extraordinaria explotación de los trabajadores franceses. En 1966, trabajaban las jornadas más largas y cobraban entre los salarios más bajos del Mercado Común Europeo. (M Kirdon, Western Capital Since the War, 1970)
En 1967, el gobierno reformó el sistema de seguridad social, recortando la cobertura médica y limitando la participación obrera en el manejo del sistema. La desocupación había superado el medio millón, una figura revelaba el agotamiento del boom de la posguerra, y que afectaba particularmente a la juventud. En la región de Borgoña, el 29% de los menores de 25 años estaban desocupados. (The Economist, 25 mayo 1968)
El ajuste también se aplicó a las universidades, que habían percibido una expansión masiva para cubrir las crecientes necesidades tecnológicas del capitalismo industrial. La matrícula universitaria creció de 175.000 en 1958 a 530.000 en 1968. (G Pompidou, Pour Eétablir une Vérité, 1982) La falta de planificación e inversión generaron hacinamiento, deficiencias edilicias y alta deserción; tres cuartos de los ingresantes no llegaban a recibirse. La “solución” del régimen fue una reforma en 1967 que restringía el ingreso y permanencia en las carreras.
La composición social del estudiantado, que era una pequeña elite destinada a ingresar o servir a la clase dominante, se modificó significativamente. Tras la expansión de la posguerra, la mayoría de los estudiantes estaban destinados a ser técnicos y administrativos, algo más privilegiados que la masa obrera, pero no del todo separada de ella. Para peor, muchos de los que lograban egresar no conseguían trabajo en lo que habían estudiado.
Nanterre y la Sorbona
Además del descontento particular que avanzaba entre el estudiantado, el ascenso revolucionario que recorría el mundo desde las rebeliones anticoloniales después de la Guerra Mundial y la Revolución Cubana venía alimentando la radicalización de un sector de estudiantes. En particular, la independencia de Argelia en el el 62, el movimiento mundial contra la Guerra de Vietnam, el asesinato del Che en el 67 y el comienzo de la Primavera de Praga influenciaron una importante vanguardia juvenil en Francia.
La rebelión del mayo francés empezó en la sede de la Universidad de París del barrio obrero de Nanterre, en los suburbios de la ciudad, donde los estudiantes habían organizado una “universidad crítica” contra el conservadurismo académico. La exigencia de que varones y mujeres pudieran visitar los dormitorios del sexo opuesto fue de las más movilizadoras. Allí nació el “Movimiento 22 de Marzo”, un conjunto de militantes anarquistas, maoístas y trotskistas que organizó una serie movilizaciones contra la Guerra de Vietnam. Uno de sus dirigentes, Daniel Cohn-Bendit, se transformaría en la figura más conocida del mayo francés.
El 3 de mayo, las autoridades universitarias clausuraron la sede de Nanterre para evitar el “día anti-imperialista” que había convocado el Movimiento 22 de Marzo. Los estudiantes marcharon entonces a La Sorbona, la sede central de la universidad en el centro de París, donde fueron brutalmente reprimidos por la policía y las autoridades procedieron a clausurar toda la universidad. Fue nafta al fuego.
La noche de las barricadas
El 10 de mayo, tras una semana de marchas y choques con la policía, una nueva movilización fue acorralada en el Barrio Latino. Pero los manifestantes decidieron defenderse y levantaron barricadas. Diez años de ajuste y represión estallaron en esa “noche de las barricadas”, en la que miles de vecinos se sumaron a los estudiantes.
Como explicó un participante en el periódico de izquierda Black Dwarf: “Literalmente miles ayudaron a levantar las barricadas: mujeres, trabajadores, vecinos, gente en pijamas, cadenas humanas para pasar piedras, madera, hierros. Un movimiento tremendo ha comenzado. Nuestro grupo (la mayoría no se conoce entre sí) tiene seis estudiantes, diez trabajadores, algunos italianos, vecinos y cuatro artistas que se sumaron después… Nuestra barricada es doble: una hilera de adoquines de un metro de altura, un espacio vacío de unos seis metros y después una pila de dos metros y medio de madera, autos, postes de metal, tachos de basura. Nuestras armas son piedras, metal, etc. que juntamos en la calle.”
Las embestidas policiales fueron brutales, pero las barricadas se sostuvieron hasta la mañana. Las federaciones sindicales, que hasta el momento habían mostrado hostilidad hacia los estudiantes “irresponsables”, se vieron obligadas a convocar una huelga general de 24 horas para el lunes 13. El gobierno tuvo que retroceder, ordenando la reapertura de la Sorbona y la liberación de los estudiantes que habían sido detenidos. Pero ya era tarde. Los estudiantes habían demostrado que de Gaulle podía ser doblegado.
La huelga general
El Partido Comunista Francés (PCF), que dirigía la principal federación sindical, la CGT, buscaba dar una muestra de fuerza con el paro del 13 de mayo. Quería demostrar su capacidad de movilización, y de contención responsable, de los trabajadores en pos de su objetivo estratégico: hacerse un lugar en un frente electoral con el Partido Socialista y el Partido Radical para integrar un futuro gobierno. Pero la situación se les fue de las manos.
El 13 de mayo, un millón de personas marcharon por París y comenzó la huelga más grande de la historia: 10 millones de trabajadores pararon durante un mes. La rebelión obrera comenzó en Nantes, en el oeste del país. Allí, el 14 de mayo, los trabajadores de la fábrica de aviones Sud-Aviation, influenciados por militantes trotskistas, definieron tomar la planta y continuar la huelga indefinidamente. La acción fue increíblemente contagiosa y dos días después prácticamente todas las fábricas del país estaban ocupadas.
La huelga general no se limitó a los sectores tradicionales del movimiento obrero, Los medios masivos de comunicación fueron ocupados y controlados por sus trabajadores y periodistas; los cineastas levantaron el festival de Cannes, los jugadores de futbol tomaron la Federación de Fútbol. Los artistas ocuparon el Odéon, el teatro nacional de Francia, bajo el lema “cuando la Asamblea Nacional se transforma en un teatro burgués, el teatro burgués se transforma en asamblea nacional”. Miles participaban en las conferencias que se realizaban todos los días en el Odeón.
La Sorbona, ocupada desde el 3 de mayo, fue otro centro de deliberación y organización del proceso. El Barrio Latino se transformó en un imán. Millares de jóvenes trabajadores llegaron al centro de la ciudad a participar en interminables discusiones con estudiantes, artistas y filósofos radicalizados. De ese caldo de cultivo surgieron las consignas más memorables del mayo francés: “la imaginación al poder”, “prohibido prohibir”, “somos el poder”…
Miles de “comités de acción” surgieron (hasta 450 sólo en París) que organizaban la logística y las actividades durante la huelga, y representaban una forma de poder alternativo potencial, aunque carecían de la centralización que les podría haber dado la fuerza para disputar, y en las fábricas permanecieron en manos de la burocracia sindical. En Nantes, las organizaciones obreras efectivamente controlaron la ciudad durante una semana.
La traición del PC
A partir del estallido, el gobierno primero convocó un referéndum, que fracasó porque la huelga impidió imprimir y distribuir las boletas. Luego encaró una negociación con las federaciones sindicales en Grenelle, con las que acordó un aumento del 35% en el salario mínimo y un aumento general del 7%. Pero la oferta fue rechazada en asambleas masivas en fábrica tras fábrica, y la burocracia se vio obligada a permitir que la huelga continuara en cada lugar “por reclamos específicos” a pesar del acuerdo.
El 29 de mayo, el presidente de Gaulle desapareció. Se había ido del país sin avisarle a nadie, dejando un vacío político absoluto. Como explicó el entonces primer ministro Pompidou en sus memorias, “La crisis era infinitamente más seria y profunda; el régimen podía sostenerse o ser volteado, pero no se salvaría con un mero reordenamiento del gabinete. No era mi posición que estaba cuestionada. Era el general de Gaulle, la Quinta República y, en una medida considerable, el poder republicano en sí”.
El mismo 29, el PC demostró su fuerza en las calles con una marcha de medio millón de trabajadores, pero su consigna central no dejó dudas sobre sus intenciones: “los trabajadores demandan: un gobierno popular y democrático con participación comunista.”
En lugar de dirigir la fuerza de la clase obrera movilizada contra el régimen capitalista y autoritario de la Quinta República y estimular la auto-organización y auto-determinación de la clase obrera, el PC se propuso demostrar su “confiabilidad” para el propio régimen para mendigar un espacio en el mismo.
El 30 de mayo, de Gaulle volvió y emitió un comunicado. Convocó elecciones anticipadas y solapadamente amenazando al PC de hacerlos responsables de iniciar una guerra civil si las mismas no transcurrieran con normalidad. El PC fue responsabilizado con terminar la huelga y restaurar la normalidad, tarea que aceptó con diligencia.
Aunque había tenido que aceptar la continuidad de la huelga tras el acuerdo de Grenelle, se dedicó a desgastar y desactivarla, en primer lugar, cortando la participación de las bases. Habiendo copado la conducción de las tomas de fábrica, impuso que estas fueran garantizadas por su aparato sindical, mandando al grueso de los trabajadores a sus casas. Una por una, logrando alguna que otra concesión, las tomas se fueron levantando. Sin la fuerza de la clase obrera, el movimiento estudiantil también retrocedió rápidamente.
Con el movimiento en retirada y desmovilizando, el gobierno pudo pasar a la ofensiva, reprimiendo sin miramientos las fabricas más obstinadas que aún mantenían las ocupaciones. La consecuente desmoralización encima llevó a que las elecciones, celebradas a fin de junio, resultaran en un triunfo para de Gaulle y la derecha. Aumentaron su representación parlamentaria de 240 a 358 (de un total de 487) escaños, mientras que el PC retrocedió de118 a 57.
¿Un nuevo 68?
El mayo francés no fue un hecho aislado, sino parte de un ascenso revolucionario mundial. El mismo año estalló la Primavera de Praga contra la tiranía de la burocracia soviética, comenzó la ofensiva Tet en Vietnam que terminaría con la derrota del imperialismo yanqui, y vio rebeliones importantes en el propio Estados Unidos, Reino Unido, Italia, y que continuaron el año siguiente en México y Argentina, entre otros lugares.
En 2019, estallaron rebeliones y revoluciones en diversos rincones del mundo: Ecuador y Chile, el Líbano e Irak, y como no podía ser de otra manera, también en Francia. Tanto el ascenso mundial como la rebelión de los chalecos amarillos en Francia, hacen acordar a 1968: crisis, ajuste y represión capitalista a escala mundial; respuestas de los pueblos que voltean gobiernos y regímenes; juventudes víctimas de lo peor de la crisis a la cabeza de las rebeliones; direcciones reformistas que buscan desactivar las movilizaciones y rescatar los regímenes capitalistas; la clase obrera francesa superando su propio récord con una huelga más grande que la de hace medio siglo.
La pandemia de coronavirus ha impuesto una pausa en el ascenso mundial de la lucha de clases, pero al mismo tiempo, ha exasperado todos los elementos que lo motorizan. A la salida de las cuarentenas, todo resumirá con más fuerza y mayores contradicciones.
Una conclusión de 1968 salta a la vista ante todo: la necesidad de construir una alternativa revolucionaria que se proponga disputar la dirección de las rebeliones y revoluciones para apuntalar su fuerza movilizadora y transformadora, estimular la auto-organización del los pueblos trabajadores y apuntarlos hacia la definitiva destrucción de este sistema y la construcción de otro, igualitario, democrático, socialista.