Por Francisca Barbosa, integrante toma feminista Derecho U. de Chile
Juntas y a La Izquierda – Movimiento Anticapitalista
El movimiento feminista chileno, en sintonía con el desarrollo de la nueva ola feminista que recorre el mundo desde hace unos años, ha sido protagonista de la impugnación del sistema imperante. Las feministas del territorio nacional hemos levantado movilización, protesta y organización en contra de la violencia y las instituciones patriarcales. Desde el 2016, una fuerte revitalización del quehacer feminista ha ido estableciendo hitos como el grito de Ni Una Menos, acción masiva en respuesta al femicidio de Lucia Pérez en Argentina, que resultó en la creación de diversas colectivas en toda Nuestra América. En Chile, el 8M y la lucha por el derecho al aborto se convirtieron en instancias masivas. En este contexto estalla el Mayo Feminista, donde las estudiantes pusimos en jaque la violencia sexual sufrida al interior de los centros educacionales, y con eso, copamos toda agenda de debate público. Dos años después, los feminismos son parte de rebeliones y hoy combatimos los efectos de la pandemia en un sistema patriarcal y capitalista defendido a toda costa por la clase dominante. Es necesario entonces, pensar en los aprendizajes y lecciones de nuestra experiencia en el 2018 para el presente.
Ahora que si nos ven
Las movilizaciones de principio de año de 2018 pasaron a la historia como el grito de rebeldía violeta de mujeres y disidencias que ya no estaban dispuestas a soportar la impunidad de la violencia patriarcal. Para noviembre de 2017, solo siete universidades de un total de 60 que existen en nuestro país, habían trabajado y publicado un protocolo que se hiciera cargo de denuncias por acoso sexual y los establecimientos que sí tenían una herramienta para enfrentar esos casos, eran absolutamente vulneratorias e insuficientes. Los casos de acoso, abuso y violación sobrepasaban la capacidad humana de las secretarías de género autogestionadas por las alumnas, y el compromiso de las autoridades con la impunidad parecía irrestricto.
Así, las feministas universitarias, que ya veníamos problematizando el tema de la violencia y cuestionando el modelo educativo sexista desde hace un buen tiempo, iniciamos un proceso que marcaría nuestras historias personales y colectivas. Ya las compañeras de Filosofía y Humanidades de la Chile se encontraban en una batalla contra el acoso y abuso sexual de connotados profesores de la facultad desde finales del 2016. En el 2017, el Conservatorio de Música de la Universidad Austral había levantado paros y tomas por asuntos de género. Pero fue la toma de esta casa de estudios en abril de 2018, la que generó un efecto dominó en otras instituciones y para finales de mayo, eran más de 20 establecimientos educacionales en toma feminista.
Durante todo el primer semestre, las asambleas y encuentros feministas eran diarios. Las universitarias estimularon a los feminismos en general, lo que se tradujo en instancias feministas intergeneracionales y multisectoriales fuera de la universidad. Al interior de ellas, los debates se relacionaron con la dotación de orgánica del movimiento feminista estudiantil, la lucha contra la violencia machista y la educación no sexista. La subversión antipatriarcal recorrió el país de norte a sur, llegando incluso a los espacios más reaccionarios como la Casa Central de la Universidad Católica, que estuvo por primera vez en toma desde 1967, haciendo rabiar a todo el gremialismo y obligando a la prensa a poner como tema central la realidad que vivimos día a día los cuerpos feminizados en estos lugares.
El proceso instaló varios debates que cobran vigencia en tiempos de pandemia y crisis capitalista, respecto a cómo combatir estructuralmente la violencia
Los debates vigentes
La experiencia del Mayo Feminista nos puso a pensar en las tácticas colectivas que defendimos o discutimos en el marco de la movilización. No sólo estábamos cuestionando a las autoridades e institucionalidad indolente y patriarcal, sino también la democracia al interior de las universidades y al interior del movimiento, a nuestros propios compañeros con quienes compartíamos aula y organización, al movimiento estudiantil y su lucha contra la educación de mercado, y sin duda, ese mismo quehacer feminista que toma diferentes expresiones. Nos preguntábamos también, por qué esta revolución había iniciado al interior de las universidades y cómo eso podía traducirse en un combate radicalizado hacia otros sectores de la sociedad. De esas discusiones, surgía la inquietud del separatismo y de las sanciones a los agresores y cómplices de la violencia machista.
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Es justamente sobre estas perspectivas y motor de acción que luego de dos años son necesarios los aprendizajes, así retomar la fuerza y promover el debate de un fenómeno que hoy transita un contexto de crisis y rebeliones.
Respecto a la impugnación de la institucionalidad universitaria y la incapacidad de ésta para hacer frente a la violencia, el cuestionamiento llegó incluso hasta la discusión legal que, en el caso de las universidades públicas, encontraban un tope en las leyes administrativas del Estado. Cuestionar la falta de voluntad política de autoridades y del propio Estado respecto a materias de género, abría un debate respecto a nuestra participación al interior de esas instancias y a la autonomía del feminismo frente a las instituciones caracterizadas como burguesas. Ya la herencia de las luchas estudiantiles nos habían demostrado que quienes ostentan el poder, no nos quieren cerca y que esa autonomía, también era fácil de traicionar.
La misma discusión respecto a la democracia, fuera y dentro de la organización feminista, derivó en la defensa de un sector del feminismo universitario de las decisiones de las bases frente a una CONFECH y posteriormente, frente a una COFEU, dirigidas por el FA, que no tenían nada que ofrecernos. Algunas queríamos una nueva orgánica, más democrática, más radical. En ese sentido, en la intención de ampliar esas bases, también nos encontramos con la dificultad de articularnos con otros estamentos al interior de la universidad, en especial con las trabajadoras, muchas de ellas precarizadas por el subcontrato y carentes de organización sindical. Las estudiantes, en su mayoría, son hijas de esa clase trabajadora, lo que implicaba darle un carácter clasista a la movilización, cuya perspectiva hoy, es más necesaria que nunca.
El separatismo, que fue una resolución adoptada por varias tomas, donde no se permitía que los hombres ingresaran a los espacios, se instaló como una medida preventiva y de seguridad hacia las compañeras en un contexto donde primaba la total impunidad. Si bien como respuesta inmediata puede considerarse progresivo, no daba ni da respuestas orgánicas ni políticas para enfrentar la problemática de fondo, una de las limitaciones del separatismo. Esto nos debe poner a pensar respecto a la construcción de espacios aislados de su propia posibilidad de impulso radical, ya que por primicia se impedía erigir puentes entre los diversos sectores que construyen los espacios educacionales, dejando atrás la unión obrera-estudiante que en ese momento y actualmente se instala como una reivindicación necesaria ante las arremetidas del gobierno y motor clave para las transformaciones que defendemos.
Así también, nuestros petitorios y exigencia de desvinculación de los machistas, estaban insertos en un contexto donde la funa se había popularizado e intentábamos crear y adecuar nuestros protocolos en base a lineamentos del derecho penal. Pero como lo hemos visto, un catálogo de acciones tipificadas, es decir, convertidas en delitos y asociadas a una sanción, tampoco es una verdadera solución al problema de la violencia contra las mujeres. Si bien la creación de protocolos vino a ser una conquista de las feministas en lugares donde ni siquiera existían pautas de conducta, abre un debate respecto a cómo se combate el patriarcado y con eso, qué feminismo será nuestra arma para llevar a cabo dicho fin.
El feminismo que nos exigen los tiempos actuales
Luego de una masiva marcha por la educación no sexista el 16 de mayo y con decenas de instituciones movilizadas contra la violencia machista, el ejecutivo “respondió” a nuestra movilización con el anuncio de la Agenda Mujer: 22 compromisos para promover la equidad de género. Nunca fueron suficientes y de hecho, ni la mitad de esos compromisos han sido cumplidos a la fecha. Y es que nuestras demandas son irreconciliables dentro de los marcos impuestos por el capitalismo, menos cuando nos gobiernan criminales anti mujeres. La revuelta abierta desde el 18 de octubre y la crisis económica y política profundamente agudizada por el COVID-19, nos han demostrado que el Estado no puede y no se hará cargo de nuestras problemáticas porque ninguna de nuestras luchas como feministas pueden abstraerse de la lucha de clases.
En esta línea, se hace evidente que no habrá cambios de fondo en las instituciones ni se instalará una verdadera democracia, mientras sean los capitalistas los que controlen la política y con eso, pongan al servicio de sus intereses al Estado. No habrá presupuesto suficiente ni se abrirán las discusiones que intentamos posicionar, como la de la socialización del trabajo doméstico y de cuidados, mientras sus ganancias valgan más que nuestras vidas. Y eso, no es un problema del modelo neoliberal, si bien sí su expresión más brutal, sino que es una forma de producir y reproducir propia del capitalismo que se ha hecho uno con el patriarcado.
En estos tiempos de crisis económica la lucha de clases se agudiza y las mujeres son las que levantan ollas comunes y cuidan a sus familias, es necesario construir un feminismo combativo que se ponga a la cabeza del movimiento social y la protesta. Un feminismo que no le de espacio al punitivismo y la cárcel, porque nuestrxs compañerxs hoy están encerradxs por luchar; un feminismo que no ponga su fuerza en la institucionalidad burguesa, porque aún cuando no haya una pinochetista a la cabeza del SERNAMEG, sabemos que el problema es estructural; un feminismo clasista que le declare la guerra al capitalismo, porque sabemos que las alianzas entre patronas y trabajadoras son imposibles y que la violencia machista no se termina con el fin del modelo pinochetista. En definitiva, un feminismo para el 99%, que interpele y luche contra los vicios y conductas patriarcales con las cuales hemos crecido, pero que combata todas las opresiones y la explotación. Un feminismo de masas, radicalizado, internacionalista y anticapitalista. Un feminismo para la defensa de las vidas de la clase trabajadora. Porque otro mundo es posible, socialista y feminista.