Por Maura Gálvez – Bernabé, artículo publicado en Alternativa Anticapitalista nº 3
La fuerza mundial que ha demostrado el movimiento feminista es reserva de lucha para transformar radicalmente un sistema que no sabe reproducirse sino es a costa de la violencia en todas sus formas. Sin embargo, se abre un debate de fondo, sobre qué feminismo poner en marcha en estos tiempos de crisis capitalista y sanitaria.
El sistema capitalista es el problema
El ingreso del COVID-19 aceleró una crisis que ya estaba en curso y que anuncia la depresión más importante que ha vivido la humanidad en los últimos 90 años. Sabemos que seremos fundamentalmente las grandes mayorías sociales quienes la sufriremos y de ellas, las mujeres y cuerpos feminizados quienes nos llevaremos las consecuencias más brutales.
Pero el virus no apareció de la nada, como ha argumentado el biólogo Rob Wallace en “Las plagas no sólo son parte de nuestra cultura sino también causadas por ella”. Hace años hay anuncios, incluso en conferencias de la OMS, que el modo de producción de la agroindustria y, por tanto, de la explotación capitalista sobre la naturaleza, desarrollaría un virus en animales que eventualmente contagiaría a personas y con ello se produciría una nueva pandemia.
Aun así, ni los gobiernos de EEUU y China ni del mundo, hicieron algo por frenarlo. Al contrario -y siguiendo la lógica de defensa de una minoría- en el 2008, producto de la crisis económica, idearon políticas de salvatajes a los bancos. De esa forma se recortaron los presupuestos en la salud pública y de investigación científica. Otros resultados de esta orientación de los gobiernos capitalistas fue dejar sin soporte a los sistemas de salud públicos, mientras que la desigualdad social escaló como nunca antes por el afán de salvataje financiero. Las mujeres son las primeras en sufrir los efectos de los ajustes y recortes estatales, profundizándose así la feminización de la pobreza.
El declive actual del sistema atraviesa un conjunto de relaciones sociales agotadas con resultados nefastos para la clase trabajadora que tienen que sostener la crisis sanitaria, económica y reproductiva. En los centros mundiales como EEUU, Inglaterra y Europa como nunca antes ha aumentado la gente viviendo en las calles, los niveles de cesantía y personas muriendo por la falta de ventiladores en hospitales.
Por otra parte, los llamados gobiernos “progresistas” asumen deudas con el FMI y así sostienen medidas en base a proyectos rentistas y la explotación diaria de millones de trabajadoras y trabajadores, quienes luego pagamos con carestía las oscilaciones del mercado financiero.
Indisolublemente con lo anterior, está la violencia desatada que vivimos hoy en día millones de mujeres, cuerpos feminizados, niñes y ancianes, enfrentando otra pandemia: la violencia machista intensificada en el confinamiento con agresores. Junto con aquello, hoy somos nosotras quienes hacemos crecer la tasa de desempleo y también asumimos el teletrabajo, una nueva forma de esclavitud moderna, las que debemos intentar compatibilizar los diversos roles, tanto del trabajo productivo como del trabajo doméstico y de cuidados.
¿Feminismo antineoliberal o feminismo revolucionario anticapitalista?
Un debate que cobra vigencia es qué tipo de feminismo debemos construir para estos tiempos que corren. Sobre todo, porque hemos visto declaraciones de organizaciones como la Coordinadora Feminista 8M, que sitúan el problema en el neoliberalismo, cuando son los mismos estados de bienestar europeos los que se caen a pedazos llevando al abismo la vida de millones de personas por las diversas manifestaciones de su política a favor de los bancos y el “crecimiento”.
Por otra parte, la crisis de cuidado que asumimos, no es un problema del neoliberalismo ni netamente de “ciertos gobiernos”, es estructural al modo de reproducción capitalista y se seguirá agudizando sino les ponemos freno con medidas anticapitalistas.
Es por eso que la respuesta de la dirección de la C8M a la Fundación Jaime Guzmán mediante La Tercera expresando: «No estamos contra toda tradición e institucionalidad, sino contra aquellas herederas de la dictadura», niega la responsabilidad de un sistema mucho más profundo que las formas neoliberales, que prioriza la ganancia privada por sobre la vida de las mayorías. Es más, al negar esto abren paso a una ruta política para un capitalismo “más” humano, cuando sabemos que el sistema de séxo/género solo puede ser superado por la construcción de una alternativa socialista que no deje espacio a la institucionalidad burguesa.
La situación actual no nos permite declaraciones a medias tintas, porque son nuestras vidas las que están en juego. Hoy más que nunca una crítica y acción radical contra el capitalismo pondrá de manifiesto las potencialidades del feminismo. Por esta razón, el debate que señalamos es central, el rumbo que la dirección de la C8M y otras organizaciones políticas toman, inevitablemente choca con la realidad de un sistema que nada puede ofrecernos.
Hay otro mundo posible y se construye sin pedirle permiso a la derecha. Nuestro feminismo para el 99% es anticapitalista, revolucionario y va por todo.